La palabra “pescado” parece que activa alguna parcela en el cerebro de nuestros hijos que directamente los lleva a asociarla con la acción “no me gusta”. Da igual muchas veces cómo lo preparemos, cómo se lo “vendamos”, que es decir “hoy toca pescado” y tener en seguida un festival de ceños fruncidos y brazos cruzados. Muchos de vosotros y vosotras recordaréis cuando vuestros peques eran bebés y comenzaron a tomar papillas y purés. Y se comían perfectamente el triturado de pescado con patatas y zanahoria. ¿Qué ha cambiado entonces?
Desde luego, parece impensable que todos los niños se pongan de acuerdo en detestar los mismos alimentos. La explicación nos la ofrece la ciencia: Francisco J. Sánchez Muniz, catedrático de Nutrición de la Universidad Complutense de Madrid explicó en un artículo de El País que los sabores amargos, incluso los moderados, son rechazados universalmente por los niños. Conforme vamos creciendo, esa sensibilidad tiende a desaparecer. Lo mismo sucede con ciertos olores. Eso explicaría el rechazo a alimentos como el pescado o las verduras como el brócoli o las espinacas.
Por eso es tan importante que nuestros hijos sigan una dieta variada que cumpla las recomendaciones de la OMS sobre ingesta de vegetales (5 raciones de frutas y verduras al día) y pescado (2 ó 3 veces a la semana). Para ello no basta con prepararles platos de verdura y pescado, debemos seguir ciertas pautas para que la hora del almuerzo o la cena no se convierta en un suplicio.
1. Prepara el mismo menú para toda la familia. No tiene ningún sentido que preparemos una merluza a la plancha con verdura para nuestros hijos y que nosotros comamos una cosa diferente. Somos el espejo en el que nuestros niños se miran, así que comencemos por dar ejemplo.
2. Escoge verduras y pescado de sabor suave. No insistas preparando brócoli por mucho que sepamos que es un alimento muy completo. Recurre a otras opciones de sabor más suave (lechuga, tomate, maíz, zanahoria, patatas, calabacín, calabaza…). Lo mismo con el pescado: comienza con el pescado blanco (merluza, pescadilla, bacaladilla, lenguado, bacalao…) y poco a poco ve introduciendo el pescado semigraso (lubina, dorada), para terminar con el azul (boquerones, sardinas, salmón, salmonetes…).
3. Planifica el menú con antelación y deja que los niños te ayuden. Si dedicas unos minutos cada mes en diseñar el menú de las cenas, por ejemplo, conseguirás que sean menos monótonas y más equilibradas. Puedes comenzar leyendo la entrada del blog “Cenas en familia: propuesta de menú para septiembre” (/?p=352). Aquí encontrarás consejos y recomendaciones para planificar las cenas de toda la familia. Dependiendo de la edad de tus niños, deja, además, que te ayuden. Pueden acompañarte a hacer la compra, poner la mesa, mezclar los ingredientes de la ensalada o, si tienen más de ocho años, ayudarte a cortar las verduras o el pan. Y, por favor, sé realista: se trata de que coman de forma equilibrada, no de que se tomen raciones de adultos ni de que todos los días tomen lo mismo.
4. Utiliza la imaginación, pero no demasiado. ¿Cuántas veces hemos visto fotografías de menús para niños llenos de caritas sonrientes con verdura cruda o cocida? Como idea, me parece genial. Y si vuestros hijos se comen un tallo de acelga cocida solo porque sea el pelo de una cara sonriente en un plato… ¡enhorabuena! Pero muchos niños (incluyo a los míos), son más pragmáticos. Si no les gustan las acelgas, da igual que sea parte de un dibujo sobre un plato: no se las comerán. Es mucho mejor apartar las opciones más “odiadas” y utilizar la imaginación a la hora de alternar distintas recetas. Así evitamos caer en la monotonía y les damos a nuestros hijos la oportunidad de descubrir lo ricas que pueden estar las verduras o el pescado. Por ejemplo, alterna ensaladas sencillas con cremas de verdura o con sopas. O prepara unos boquerones fritos al limón mientras que otro día les sirves una merluza sin piel ni espinas a la plancha con salsa de tomate casera. Y cuida un poco la presentación en la mesa. No cuesta nada poner unos manteles bonitos, unos platos bien montados, una mesa ordenada, en definitiva. Por supuesto que no vamos a vestir la mesa como si fuese Nochebuena, pero aunque sea con unos manteles individuales, podemos disponer el menaje y la comida de forma atractiva. Resumen de Libros
5. Y sobre todo, sé constante. De nada sirve todo lo anterior si desistes ante la primera negativa. Quítale importancia al rechazo y no caigas en el chantaje. Si un día no cenan, no pasa nada. Pero si ofreces una alternativa, te has perdido. No sé tú, pero yo no tengo tiempo ni fuerzas para estar preparando cuatro cenas diferentes cada día. Mi casa no es un restaurante a la carta. Así que, sin dramatizar, sin entrar en demasiadas explicaciones y sin enfadarme (o enfadándome poco), lo que preparo es lo que hay.
Sé que muchos estaréis pensando que es más fácil leer esto que hacerlo y conseguir tener éxito (¡niños que coman verdura y pescado!), y tenéis razón. No es fácil, pero sobre todo porque nuestros hijos ejercen sobre nosotros un extraño poder: son capaces de acabar con las más férreas convicciones de sus padres con solo una pataleta. Entonces consiguen que posterguemos lo planificado: bueno, mañana lo intento”… Seguro que has pensado esto más de una vez. Y yo también, claro. Pero… (y aquí viene lo que tenemos que pensar cada vez que tengamos la tentación de desistir), lo hacemos porque es bueno para ellos. Y ellos son lo más importante que tenemos.
Bueno… Ahora os pregunto yo: ¿cómo lleváis este tema en casa? ¿Han superado vuestros peques la aversión a la verdura y al pescado? ¿Cómo lo habéis conseguido? Dejad vuestro comentario y contadnos vuestra experiencia. Seguro que nos es de utilidad a los demás. Ya sabéis, las buenas prácticas que nos pueden servir de inspiración. ¿Os ha gustado el “post”? Podéis señalarlo y suscribiros para recibir las novedades. Un abrazo s todos y todas y… ¡Hasta la próxima!
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2024-09-30
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